—¡Muchas gracias, señor! —exclamó un jovencito de cabello rizado, antes de salir de la tienda de dulces.
Óliver comenzó a caminar por la banqueta, tratando de no chocar con las personas a su alrededor.
Al llegar a una esquina, cerca del edificio donde tenían los Cuarteles, apretó la bolsa de plástico que cargaba entre sus brazos. Era la primera vez que haría algo así por los recién ingresados al grupo y le preocupaba qué reacción tendrían los demás, si les gustaría el regalo o no.
Comenzó a nevar justo cuando ingresó al vestíbulo y se encontró cara a cara con el Señor, quien estaba riéndose por lo bajo sobre la mala suerte de algunas hadas.
—Los conseguiste —afirmó con una mirada seria.
—¡Sí! Muchas gracias por decirme dónde podía encargarlos.
El Señor solo asintió un poco y siguió su camino. Óliver corrió a la sala de estar, donde sabía que se encontraban todos, adornando el árbol de las oficinas.
—Mariana, Jordán. Sé que falta un poco para Navidad, pero quería darles esto —exclamó emocionado, sosteniendo frente a sí la bolsa que cargaba.
Dentro había tres turrones tamaño familiar.
—¡Es demasiado dulce! —exclamó Jordán, mientras inspeccionaba su turrón.
—La idea es que pueden compartirse. Pensé que a ustedes y su elenco les gustarían.
—Qué detalle, ¡muchas gracias, Óliver! —sonrió Mariana, tras tomar el suyo entre sus manos—. ¿Y ese tercero para quién es?
—¡Por supuesto que es mío! —exclamó el pelirrojo, mientras se marchaba a su habitación antes de que Emy o los otros niños del grupo lo vieran.