—Londria nunca tiene tiempo de jugar conmigo —exclamó Silma con los puños apretados y un temblor empezando a asomarse en su voz.
Lo que más le molestaba era que parecía estarle hablando al aire, porque su hermana mayor, efectivamente, estaba muy ocupada y no le estaba prestando mucha atención.
La casa olía a infinidad de comida en proceso: panes horneándose, masa para galleta, glaseados, betunes y otras cosas azucaradas. Pero también se mezclaba lo salado: las bases de aceite cebolla y ajo mezcladas con los sonidos de la creación de salsas y aderezos. Todos los adultos que podían hacerlo estaban ayudando en la cocina para preparar el festín navideño que se iba a consumir en unas horas. Y por lo mismo, nadie tenía tiempo para jugar o leer o hacer historias. Pero no era el fin del mundo, Silma podía inventar sus propios juegos y aventuras, aunque claro que era más divertido si los demás participaban con ella.
Pronto surgió la idea de armar una fortaleza con los cojines de la sala y las colchas de las camas. Sus muñecos podrían ser la corte imperial y organizarían un baile de disfraces. Pero para eso necesitaban disfraces. Tal vez podría usar las carpetas de las mesas como capas y falditas para su corte.
Mientras recolectaba sus materiales y armaba su visión, Silma tuvo un accidente al tratar de sacar una carpeta debajo de un jarrón. El estruendo que hizo aquel objeto al caer irremediablemente traería a alguien a revisar qué había pasado.
—Oh, no.
—¿Qué se cayó? —alguien preguntó desde la cocina.
Qué suerte la suya. Justamente su hermana ahora sí le prestaba atención. Antes de poder irse a esconder, Londria se acercó con un libro forrado de cuero entre las manos. Al ver los trozos del jarrón en el suelo, se apresuró a colocarlo en la mesita de la sala y cargar a Silma entre sus brazos.
—¿Te lastimaste? Déjame verte las plantas de los pies. Te he dicho muchas veces que no andes descalza en la casa, podrías cortarte si hay un accidente como este.
La niña no le ponía mucha atención por estar viendo el libro de la mesa. Podía ver en la portada una fotografía que se habían tomado con sus amigos del cuartel.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando el objeto.
—¿Eso? —Londria observó hacia donde señalaba Silma—. Oh, eso. Es un álbum de fotografías que he estado armando.
—¿Puedo verlo?
—Claro. Después de que limpiemos esto.
Silma fue por una escoba mientras Londria levantaba los trozos del jarrón. Regresó a la sala cuando su hermana se los llevaba a la cocina envueltos en un pañuelo. Se apresuró a barrer todo a una esquina y Londria terminó el trabajo con el recogedor.
La niña subió a un pequeño estante que hacía las veces de sillón, se bajó y se volvió a subir. Para cuando Londria se sentó a su lado, ya estaba acostada y con los pies sobre la ventana.
—Te vas a torcer el cuello…
—¡No, así estoy bien! Me gusta ver el mundo al revés —sonrió Silma de oreja a oreja—. ¡Abre el álbum, abre el álbum! —pidió emocionada, a la par que abrazaba un cojín del sillón.
Londria sonrió antes de hacerlo.
—Mira.
—¡Oh!
Frente a ella había fotografías de todos los que formaban los cuarteles de Silma y Londria en muchos y variados escenarios: la competencia de natación de hacía unos años, la primera posada virtual, las reuniones de Navidad y San Valentín.
—¿Dónde estamos nosotras?
—Pues… la mayoría de las veces yo tomaba las fotos, y tú nunca te quedas quieta. Pero, si me esperas unos minutos, podríamos agregar una de nosotras dos.
A Silma se le iluminó el rostro.
—¡Hagámoslo!
Londria sonrió de nuevo y fue hacia la cocina a pedirle a una de sus visitas que les sacara una fotografía para su álbum. Dóminic, su colega, se ofreció y sacó una cámara con la que se había quedado luego de terminar su trabajo en la editorial.
—Esta foto saldrá mejor que la vez que le tomé foto a Emy cubierta de chocolate.
Ambas sonrieron y Londria retomó su asiento en el suelo, recargada contra el mueble donde Silma estaba acostada, abrió el álbum y le siguió mostrando fotografías hasta que vieron el destello de la cámara.
—Listo, en un momento te la mando a tu correo para que la puedas imprimir.
Londria le agradeció y guardó el álbum, a lo que Silma frunció el ceño y se enderezó, de nuevo le iba a tocar jugar sola. Tal vez si agarraba las tijeras y cortaba un pedacito chiquito de la cortina…
—¿Nos ayudas con las galletas? Ya estamos a punto de poner las chispas de chocolate a la masa.
—¡Claro que sí!
Silma salió corriendo detrás de Londria y ambas entraron a la cocina, su fortaleza de cojines a medio hacer quedó olvidada en la sala, pero pronto la fotografía de ambas acompañaría los demás recuerdos del atesorado álbum de ese grupo tan peculiar.